lunes, 16 de marzo de 2009

La Sirena



El mar estaba quieto y plano como un plato de sopa. De sopa fría, helada, Bea no dejaba de quejarse de que no había podido bañarse. Fernando estaba al timón mientras Paco se sentaba a un lado en la popa consiguiendo por fin contener las náuseas. La brisa empezaba a ser fresca y parecía ayudar, agitaba la escuálida bandera de proa y meneaba el cabello rojizo de Bea.

-No puedo entender que sigas mareado –comentó Fer desde el volante. Paco apenas alzó la mirada, esos ojos cansados que ya de por sí parecían enfermos, y se incorporó para llegar junto a su amigo. Bea le miró divertida mientras casi se caía por la borda en el intento.

-No estoy tan mal –gruñó-. Ha sido al ponernos en marcha. En cuanto mi estómago se estabilice se me quitarán los males.

Fernando miró a Bea de soslayo y ella le dedicó una sonrisa.


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